Por Rodrigo de la O Haciendo un análisis retrospectivo de porque llegamos a discutir de forma tan visceral algunos temas de debate nacional como la energía o el medio ambiente, entre otros, se comienza a dibujar un escenario en que son pocos los que se salvan y que pueden dejar sus trapos bien guardados. La política se transforma en algo personalista de líderes maquillados de cara a las elecciones, pero la real verdad, es que existe toda una maraña de razones distintas a las mediáticas para osar querer ser el gran rector del futuro de nuestra nación. Eso da miedo, tristeza y, francamente, agota a una política que se retuerce y, vagamente, hace intentos por reincorporarse para seguir sobreviviendo con los mismos de siempre.
Derecha o izquierda a estas alturas da igual. Las ideas son muy planas y solo pretenden captar el voto escurridizo que pueda marcar la diferencia para sentarse en el poder no quedando claro cuales son las líneas programáticas. Las elecciones se ganan más por impacto, por empatía. El que sale mejor en la foto, tiene más cámara, el más tele y fotogénico lleva la delantera ayudado con los propios recursos, o con los de todos.
Siguiendo la retrospección, es hace poco más de un siglo cuando el hombre, su especie, nuestra raza comienza a emerger de forma progresiva, ascendente, vertiginosa con la soberbia omnipresente de sentirse inteligente, supremo, superior. Esto es, incluso más abrupto, en la última mitad del siglo pasado en donde después de la supuesta llegada a la luna, comienza una evolución tecnológica que hasta el día de hoy no para y que dejo como un recuerdo romántico a la era industrial y su producción en serie en la primera parte del siglo veinte. En los últimos diez, quince o treinta años la era de la información irrumpió con una fuerza que es difícil saber cuando se detendrá. El avance y el cambio en la cultura global es sideral. Todos los días nos asombramos con la inteligencia humana y su capacidad de crear, de inventar, de evolucionar tecnológicamente sin límites.
El drama es que junto con eso debemos ser capaces de conciliar muchos factores. Al aumentar la tecnología invariablemente debemos aumentar el consumo y generar más energía para responder a la demanda. Es decir, que al fomentar el consumo los inversionistas productores apelan al gasto de la compra para poder seguir aumentando su producción en todo sentido de forma permanente. Esto no sería problema si así como aumenta el consumo la capacidad del planeta, sustento de todo, pudiese también aumentar. He ahí el problema el planeta no crece como aumenta la producción y el consumo, sino todo lo contrario, lo que produce un desequilibrio inevitable. La producción, el consumo, la compra y venta permanecen, pero los recursos no renovables disminuyen y el tiempo de regeneración no es suficiente. Ce cierra el círculo, creo que no; y si lo hace, no es de forma positiva.
A ello se suma que la materia prima, de origen natural, se transforma y se manufactura produciendo materia artificial que cuando llega a su periodo de obsolescencia se desecha, se olvida, impactando nuevamente a nuestro sustento, la tierra. De manera inconciente determinamos que lo que ya no funciona, no sirve, es desechable, no existe, desaparece, pero no es así. El desecho queda, se atrapa, se junta, crece y no se va. Es un tema complejo pero me niego a creer que somos incapaces de ponerle atajo a esa conducta que va en claro perjuicio de nosotros mismos. Si hemos sido capaces de crecer intelectualmente como especie de una manera tan impresionante como no ser capaces de entender los propios errores y ponerse a trabajar en la solución. La soberbia de la especie de pronto obnubila los sentidos ayudados por la inconsciencia de los poderes económicos que mueven la industria del consumo haciendo parte a las sociedades aletargadas por la oferta y el materialismo desmedido. Solo interesa el bienestar hoy, la comida siguiente, el último auto, el mejor traje, status, éxito social.
La falta de humildad de nuestra especie es la que en definitiva nos esta venciendo, la que permite conformarnos con vivir pensando en lo inmediato. En lo siguientes participantes del juego de la vida nadie se acuerda. Será su problema.
No reniego, pero sinceramente, a veces siento mucha impotencia saberme marioneta de los inconscientes que ven en su juego económico la mejor manera de seguir enriqueciendose a expensas de los demás, la mía, de mis hijos. Y lo peor es que muchas veces ni siquiera nos damos cuenta, nos da lo mismo o no queremos enterarnos.
Aspiro a pensar en que aun es tiempo, en que tenemos las armas y solo debemos reaccionar. No claudico ante la existencia de un sistema que se enferma, y me enferma, día a día.
¿Esperaremos el colapso para decir si era verdad o accionaremos las voluntades necesarias que permitan avizorar una salida?
La contaminación humana nos convierte en parásitos de nuestro único planeta. Lo despojamos, roemos sus paredes, rastrillamos sus aguas, polucionamos su aire, envenenamos su tierra. ¿Nos enteramos de ello?
La insensibilidad de nuestras sociedades, de nuestros grandes empresarios es tal que entramos en una fase distinta, perversa, mutando de una civilización a una incivilización de nuestra especie, involucionando, caminando, acercandonos paso a paso hasta nuestra propia extinción.
Con mucha rabia, dolor y tristeza veo que si no reaccionamos solo perderemos nosotros dado que nuestro planeta no desaparecerá, seremos nosotros los que no podamos seguir en él.
Nos convertimos a grandes zancadas en la única especie animal que puede convertirse en un cáncer para nuestro medio ambiente, en nuestra propia plaga, nuestro propio camino sin retorno.
¿Será una exageración? ¿Habrá tiempo para reaccionar? ¿Podremos debatirlo? ¿Será demasiado tarde? ¿Nos importa al menos un poco o estamos resignados a ser lo que somos? ¿Cuándo el dinero abunde será suficiente, podremos gastarlo? Me pregunto.
Tu tienes el Poder, tu tienes algo que decir.