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martes, 13 de abril de 2021

Tiempos Distópicos

Justo una semana antes de la revolución del octubre rojo chileno, fue la última vez que pise suelo de la capital de Chile. Participaba de un taller inicial, en el centro de Santiago, donde confluimos organizaciones diversas de todo el país que trabajamos con proyectos a través de fundaciones de alcance internacional y que compartimos la urgente necesidad de estar atentos para organizarnos desde lo local y defendernos, obligados muchas veces, por una voracidad desmedida, desbocada, de la inversión versus biodiversidad o naturaleza. Tan vertiginoso que, de no reaccionar en el escaso momento para enmendarlo, se convierte en una aplanadora, destruyendo todo a su paso, desde la calidad y formas de vida locales, apreciadas y existentes desde la ruralidad e interconexión cultural con el territorio de manera multidimensional. Obviamente, converger en el fundamento esencial de la preservación como un factor clave en planificación y ordenamiento que contribuya a minimizar y/o mitigar impactos negativos, se transforma en una acción que obliga a articularnos e integrar visiones. Desde el territorio, es una prioridad urgente.

Una semana después, un 18 de octubre de 2019, todo cambió. Como una olla a presión que hizo ebullición por décadas, simplemente, explosionó y, como una caja de pandora en expansión, la Distopía se hizo presente en nuestras vidas. Y, desde un surrealismo político agotador que nos deja perplejos continuamente, con un discurso infantil, triste y vacilante, se han perdido instancias históricas de poder construir sociedad, en vez de mutilar su tejido social. Una oportunidad perdida para poder reconocer a  verdaderos líderes. Lamentable.

Navegando en el caos rumbo a lo imposible, imbuidos en el sueño legítimo de un país más justo y equitativo, en el que resuenan exigencias de derechos elementales y donde las nuevas generaciones tienen un rol importante, pero también, de gran responsabilidad. Después del hastío generalizado hacia cúpulas de poder enquistadas en donde la corrupción es parte de la gestión. En donde la oposición política de representación ciudadana es cooptada, o no existe. Una suerte de aristocracia política asentada en un imaginario arcaico, de orígenes dudosos, fuera de tiempo y contexto. Crisis hoy es transversal. Religiones, iglesias, política, fuerzas de orden, empresariado, devastación de la naturaleza y bienes fiscales, fondos de pensiones miserables, mutilaciones con financiamiento del estado, amedrentamientos, demandas, muertes y un largo etcétera. Y, como si fuera poco, aparece, de pronto, una pandemia que todo lo agrava y afecta.

Desde esa perspectiva, Chile desde octubre de 2019, ha experimentado un proceso de cambio inevitable desde su estructura en todo aspecto y, si bien la pandemia del COVID-19 es una situación global, posiciona y convierte al proceso histórico chileno actual en una posibilidad real de poder hacer cambios profundos que permitan una mejor condición de vida para muchos, quedando crudamente evidenciado al ser la ciudadanía con sus ahorros, con un estado lento o ausente, los que han debido ayudar a sortear la crisis.

Como sea, siento existe un antes y después del estallido de octubre y pandemia. Desde la realidad distópica actual de no poder andar a cara descubierta, desde una policía cada vez más lejana, desde el control y el miedo de toques de queda, estados de excepción, distanciamiento social y cuarentenas, de la peligrosidad de un abrazo, de la muerte incesante y presente; desde las inequidades expuestas, sigo pensando que podemos ser mejores y en donde política y ciudadanía deben integrarse para volver a confiar y anular, ojalá, la corrupción ya instalada.

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Rodrigo de la O | Vigilante Costero Maule Itata, ONG, Director| #Opinion -