Antropoceno:
Se
habla de una era del Hombre, del género humano, una era en que nos expandimos,
conquistamos y avanzamos exitosamente sobre los otros reinos de la Naturaleza,
llámense piedras, hongos, microorganismos patógenos y no patógenos, plantas,
animales domésticos y salvajes. Con nuestra habilidad para conocer y descubrir
las leyes ocultas en la materia inerte y en los organismos vivos, al parecer
recibimos la llave del gobierno del mundo, del camino hacia la abundancia
infinita, nada parecía escapar a los portentos de la ciencia y la industria. La
ciencia y la habilidad mecánica y posteriormente eléctrica y electrónica eran
la llave del tesoro del mundo.
Y
avanzamos, como era de esperar, sobre todos los demás reinos, a tal velocidad y
con tal voracidad, que acabamos mordiéndonos la cola. El brillo de tantas
potencialidades disponibles nos encandiló. El sonido de las máquinas y de las
monedas que sonaron tras esas máquinas, fue sesgando el aporte de la ciencia
misma, esa antigua y adorada madrina, conduciéndola antojadizamente,
dominándola con el deseo descomunal que se abrió tras la posibilidad de poder
hacer y tener cada vez más. Incluso cuando la ciencia, ya convertida en una
especie de laboratorista viejo y decadente, empleado por supuesto de las
grandes corporaciones trasnacionales, habló sobre los límites que presentaba el
planeta al avance de la industria, no hubo oídos que escucharan. El Hombre no
oyó. (*) Hoy, en pleno desplome por el abismo de la inconsciencia humana, con
los polos terrestres derretidos, con mega-sequías que amenazan con dejar sin
alimentos a gruesas partes del planeta y definitivamente dejar morir a otras tantas.
Con lo que queda de vida silvestre completamente acorralada y el desarrollo
descomunal de criaderos de animales domésticos con características de campos de
tortura. Con islas de plástico en los océanos de tamaño de países. Con mega
incendios que han convertido en cenizas lo que nosotros mismos -la ciencia-
denominamos “los pulmones del mundo”. Luego de haber arrasado con los reinos de
todas las maneras imaginables por aire, por tierra, y hasta arrastrando
nuestras garras por el fondo del océano, después de todo eso, de lo que el
propio Hombre llamó su “desarrollo”, ocurrió algo inesperado.
El Tao:
La fruta cae cuando está madura, reza la sabiduría popular. El Tao
probablemente diría que el equilibrio está siempre detrás de las cosas, en el
vacío que dejan al no-estar, en el no-hacer. En el Ser.
El
Ser es mucho más grande que el Hombre, y es el Hombre también, pero parece que
hoy está quedando mucho más en evidencia el papel secundario de este
autodenominado Homo sapiens en el concierto total. La desnudez, la precariedad
y la ridícula vanidad decoran a nuestro personaje tristemente.
Incluso la ciencia, que ante los sucesos contingentes ha actualizado
relativamente su condición, hoy habla desde una posición de inusitada humildad:
“no sabemos qué va a pasar”, “el comportamiento del virus es impredecible”,
“estamos trabajando en la vacuna” (aún sabiendo que será una medida
completamente ineficiente, por lo extemporáneo de una acción preventiva ante un
suceso que ya ocurrió).
Hoy no hay nada más que la ciencia y la tecnología, los portentos del Hombre,
puedan ofrecer. Salvo constatar que la Naturaleza nos prestaba servicios que
desconocíamos hasta ahora que nos faltan, como el ser espacio y nicho de
autorregulación de microorganismos patógenos para la vida humana. Una especie
de sistema inmunológico extracorpóreo que nuestra miopía no nos había permitido
ver y hoy ante su ausencia exclamamos: ¡oh! De esa misma forma hoy nos damos
cuenta de un suceso histórico al que atendemos justamente por su fin, por su
muerte, la muerte del Antropoceno, el fin de la Era del Hombre. Ahora la
ciencia, la salud, la economía, la filosofía, la historia, y todas las ramas
del conocimiento humano contemplan este suceso.
Contemplan
la decadencia del imperio del Hombre sobre la Tierra. Como ante el desplome de
una gran catedral, muchos están inquietos, corren de un lado a otro, vociferan
máximas y recetas, soluciones contraproducentes, anuncios insípidos llenos de
falacias, elucubran planes absurdos tejidos con las mismas hebras de la industrialización
y la ciencia que ya no sirven, y que nos han traído hasta aquí. Decrépitos, se
toman la cabeza entre las manos dentro de sus palacios de naipes y miran
absortos los indicadores de la bolsa de valores. Vacíos, no logran encontrar
nada que resuelva nada. Las muchedumbres hambrientas y asustadas, golpean las
puertas, las ollas, prenden fuego, gritan, rompen, roban, se organizan también,
tratan de reencontrarse con ese antiguo orden perdido. Buscan en la
solidaridad, su refugio.
Ecología:
Y la Naturaleza sigue su rumbo, como un barco virtuoso, majestuoso, que
sobrevuela un océano soñado, envuelto en una nube de pájaros de todos colores,
siempre en un camino espiral hacia ninguna parte y hacia el mismo lugar,
lejano, inalcanzable, presente. Compleja imbricación de confabulaciones
vitales, extraños magnetismos y mutualismos que forman la indescriptible red de
la Vida, de la cual el ser humano es sólo una parte, una parte pequeña y bella,
con capacidad creativa y sostenedora, con capacidad poética y amorosa,con
capacidad de crear vida y mundos dentro de su propio mundo, increíble y
delicada tarea. Con capacidad de darse cuenta que depende y está entretejido
con el Mundo Mayor, y a través de él, con todo el Universo. Aquí aparece la
Ecología, la porción de conocimiento e intenciones humanas que estudia,
contempla y busca sintonizar el quehacer humano con el equilibrio dinámico de
la red de relaciones vitales en un Mundo en constante cambio, creación y
muerte.
Y
avanzamos, como era de esperar, sobre todos los demás reinos, a tal velocidad y
con tal voracidad, que acabamos mordiéndonos la cola. El brillo de tantas
potencialidades disponibles nos encandiló. El sonido de las máquinas y de las
monedas que sonaron tras esas máquinas, fue sesgando el aporte de la ciencia
misma, esa antigua y adorada madrina, conduciéndola antojadizamente,
dominándola con el deseo descomunal que se abrió tras la posibilidad de poder
hacer y tener cada vez más. Incluso cuando la ciencia, ya convertida en una
especie de laboratorista viejo y decadente, empleado por supuesto de las
grandes corporaciones trasnacionales, habló sobre los límites que presentaba el
planeta al avance de la industria, no hubo oídos que escucharan. El Hombre no
oyó. (*) Hoy, en pleno desplome por el abismo de la inconsciencia humana, con
los polos terrestres derretidos, con mega-sequías que amenazan con dejar sin
alimentos a gruesas partes del planeta y definitivamente dejar morir a otras tantas.
Con lo que queda de vida silvestre completamente acorralada y el desarrollo
descomunal de criaderos de animales domésticos con características de campos de
tortura. Con islas de plástico en los océanos de tamaño de países. Con mega
incendios que han convertido en cenizas lo que nosotros mismos -la ciencia-
denominamos “los pulmones del mundo”. Luego de haber arrasado con los reinos de
todas las maneras imaginables por aire, por tierra, y hasta arrastrando
nuestras garras por el fondo del océano, después de todo eso, de lo que el
propio Hombre llamó su “desarrollo”, ocurrió algo inesperado.
El Tao:
La fruta cae cuando está madura, reza la sabiduría popular. El Tao
probablemente diría que el equilibrio está siempre detrás de las cosas, en el
vacío que dejan al no-estar, en el no-hacer. En el Ser.
El
Ser es mucho más grande que el Hombre, y es el Hombre también, pero parece que
hoy está quedando mucho más en evidencia el papel secundario de este
autodenominado Homo sapiens en el concierto total. La desnudez, la precariedad
y la ridícula vanidad decoran a nuestro personaje tristemente.
Incluso la ciencia, que ante los sucesos contingentes ha actualizado
relativamente su condición, hoy habla desde una posición de inusitada humildad:
“no sabemos qué va a pasar”, “el comportamiento del virus es impredecible”,
“estamos trabajando en la vacuna” (aún sabiendo que será una medida
completamente ineficiente, por lo extemporáneo de una acción preventiva ante un
suceso que ya ocurrió).
Hoy no hay nada más que la ciencia y la tecnología, los portentos del Hombre,
puedan ofrecer. Salvo constatar que la Naturaleza nos prestaba servicios que
desconocíamos hasta ahora que nos faltan, como el ser espacio y nicho de
autorregulación de microorganismos patógenos para la vida humana. Una especie
de sistema inmunológico extracorpóreo que nuestra miopía no nos había permitido
ver y hoy ante su ausencia exclamamos: ¡oh! De esa misma forma hoy nos damos
cuenta de un suceso histórico al que atendemos justamente por su fin, por su
muerte, la muerte del Antropoceno, el fin de la Era del Hombre. Ahora la
ciencia, la salud, la economía, la filosofía, la historia, y todas las ramas
del conocimiento humano contemplan este suceso.
Contemplan
la decadencia del imperio del Hombre sobre la Tierra. Como ante el desplome de
una gran catedral, muchos están inquietos, corren de un lado a otro, vociferan
máximas y recetas, soluciones contraproducentes, anuncios insípidos llenos de
falacias, elucubran planes absurdos tejidos con las mismas hebras de la industrialización
y la ciencia que ya no sirven, y que nos han traído hasta aquí. Decrépitos, se
toman la cabeza entre las manos dentro de sus palacios de naipes y miran
absortos los indicadores de la bolsa de valores. Vacíos, no logran encontrar
nada que resuelva nada. Las muchedumbres hambrientas y asustadas, golpean las
puertas, las ollas, prenden fuego, gritan, rompen, roban, se organizan también,
tratan de reencontrarse con ese antiguo orden perdido. Buscan en la
solidaridad, su refugio.
Ecología:
Y la Naturaleza sigue su rumbo, como un barco virtuoso, majestuoso, que
sobrevuela un océano soñado, envuelto en una nube de pájaros de todos colores,
siempre en un camino espiral hacia ninguna parte y hacia el mismo lugar,
lejano, inalcanzable, presente. Compleja imbricación de confabulaciones
vitales, extraños magnetismos y mutualismos que forman la indescriptible red de
la Vida, de la cual el ser humano es sólo una parte, una parte pequeña y bella,
con capacidad creativa y sostenedora, con capacidad poética y amorosa,con
capacidad de crear vida y mundos dentro de su propio mundo, increíble y
delicada tarea. Con capacidad de darse cuenta que depende y está entretejido
con el Mundo Mayor, y a través de él, con todo el Universo. Aquí aparece la
Ecología, la porción de conocimiento e intenciones humanas que estudia,
contempla y busca sintonizar el quehacer humano con el equilibrio dinámico de
la red de relaciones vitales en un Mundo en constante cambio, creación y
muerte.
Genoveva de la O
Chamorro