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martes, 4 de agosto de 2020

Reverdece la Ecología, el Hombre despierta de su sueño

Antropoceno:

Se habla de una era del Hombre, del género humano, una era en que nos expandimos, conquistamos y avanzamos exitosamente sobre los otros reinos de la Naturaleza, llámense piedras, hongos, microorganismos patógenos y no patógenos, plantas, animales domésticos y salvajes. Con nuestra habilidad para conocer y descubrir las leyes ocultas en la materia inerte y en los organismos vivos, al parecer recibimos la llave del gobierno del mundo, del camino hacia la abundancia infinita, nada parecía escapar a los portentos de la ciencia y la industria. La ciencia y la habilidad mecánica y posteriormente eléctrica y electrónica eran la llave del tesoro del mundo.

Y avanzamos, como era de esperar, sobre todos los demás reinos, a tal velocidad y con tal voracidad, que acabamos mordiéndonos la cola. El brillo de tantas potencialidades disponibles nos encandiló. El sonido de las máquinas y de las monedas que sonaron tras esas máquinas, fue sesgando el aporte de la ciencia misma, esa antigua y adorada madrina, conduciéndola antojadizamente, dominándola con el deseo descomunal que se abrió tras la posibilidad de poder hacer y tener cada vez más. Incluso cuando la ciencia, ya convertida en una especie de laboratorista viejo y decadente, empleado por supuesto de las grandes corporaciones trasnacionales, habló sobre los límites que presentaba el planeta al avance de la industria, no hubo oídos que escucharan. El Hombre no oyó. (*) Hoy, en pleno desplome por el abismo de la inconsciencia humana, con los polos terrestres derretidos, con mega-sequías que amenazan con dejar sin alimentos a gruesas partes del planeta y definitivamente dejar morir a otras tantas. Con lo que queda de vida silvestre completamente acorralada y el desarrollo descomunal de criaderos de animales domésticos con características de campos de tortura. Con islas de plástico en los océanos de tamaño de países. Con mega incendios que han convertido en cenizas lo que nosotros mismos -la ciencia- denominamos “los pulmones del mundo”. Luego de haber arrasado con los reinos de todas las maneras imaginables por aire, por tierra, y hasta arrastrando nuestras garras por el fondo del océano, después de todo eso, de lo que el propio Hombre llamó su “desarrollo”, ocurrió algo inesperado.

El Tao:

La fruta cae cuando está madura, reza la sabiduría popular. El Tao probablemente diría que el equilibrio está siempre detrás de las cosas, en el vacío que dejan al no-estar, en el no-hacer. En el Ser.

El Ser es mucho más grande que el Hombre, y es el Hombre también, pero parece que hoy está quedando mucho más en evidencia el papel secundario de este autodenominado Homo sapiens en el concierto total. La desnudez, la precariedad y la ridícula vanidad decoran a nuestro personaje tristemente.
Incluso la ciencia, que ante los sucesos contingentes ha actualizado relativamente su condición, hoy habla desde una posición de inusitada humildad: “no sabemos qué va a pasar”, “el comportamiento del virus es impredecible”, “estamos trabajando en la vacuna” (aún sabiendo que será una medida completamente ineficiente, por lo extemporáneo de una acción preventiva ante un suceso que ya ocurrió).
Hoy no hay nada más que la ciencia y la tecnología, los portentos del Hombre, puedan ofrecer. Salvo constatar que la Naturaleza nos prestaba servicios que desconocíamos hasta ahora que nos faltan, como el ser espacio y nicho de autorregulación de microorganismos patógenos para la vida humana. Una especie de sistema inmunológico extracorpóreo que nuestra miopía no nos había permitido ver y hoy ante su ausencia exclamamos: ¡oh! De esa misma forma hoy nos damos cuenta de un suceso histórico al que atendemos justamente por su fin, por su muerte, la muerte del Antropoceno, el fin de la Era del Hombre. Ahora la ciencia, la salud, la economía, la filosofía, la historia, y todas las ramas del conocimiento humano contemplan este suceso.

Contemplan la decadencia del imperio del Hombre sobre la Tierra. Como ante el desplome de una gran catedral, muchos están inquietos, corren de un lado a otro, vociferan máximas y recetas, soluciones contraproducentes, anuncios insípidos llenos de falacias, elucubran planes absurdos tejidos con las mismas hebras de la industrialización y la ciencia que ya no sirven, y que nos han traído hasta aquí. Decrépitos, se toman la cabeza entre las manos dentro de sus palacios de naipes y miran absortos los indicadores de la bolsa de valores. Vacíos, no logran encontrar nada que resuelva nada. Las muchedumbres hambrientas y asustadas, golpean las puertas, las ollas, prenden fuego, gritan, rompen, roban, se organizan también, tratan de reencontrarse con ese antiguo orden perdido. Buscan en la solidaridad, su refugio.

Ecología:
Y la Naturaleza sigue su rumbo, como un barco virtuoso, majestuoso, que sobrevuela un océano soñado, envuelto en una nube de pájaros de todos colores, siempre en un camino espiral hacia ninguna parte y hacia el mismo lugar, lejano, inalcanzable, presente. Compleja imbricación de confabulaciones vitales, extraños magnetismos y mutualismos que forman la indescriptible red de la Vida, de la cual el ser humano es sólo una parte, una parte pequeña y bella, con capacidad creativa y sostenedora, con capacidad poética y amorosa,con capacidad de crear vida y mundos dentro de su propio mundo, increíble y
delicada tarea. Con capacidad de darse cuenta que depende y está entretejido con el Mundo Mayor, y a través de él, con todo el Universo. Aquí aparece la Ecología, la porción de conocimiento e intenciones humanas que estudia, contempla y busca sintonizar el quehacer humano con el equilibrio dinámico de la red de relaciones vitales en un Mundo en constante cambio, creación y muerte.

Y avanzamos, como era de esperar, sobre todos los demás reinos, a tal velocidad y con tal voracidad, que acabamos mordiéndonos la cola. El brillo de tantas potencialidades disponibles nos encandiló. El sonido de las máquinas y de las monedas que sonaron tras esas máquinas, fue sesgando el aporte de la ciencia misma, esa antigua y adorada madrina, conduciéndola antojadizamente, dominándola con el deseo descomunal que se abrió tras la posibilidad de poder hacer y tener cada vez más. Incluso cuando la ciencia, ya convertida en una especie de laboratorista viejo y decadente, empleado por supuesto de las grandes corporaciones trasnacionales, habló sobre los límites que presentaba el planeta al avance de la industria, no hubo oídos que escucharan. El Hombre no oyó. (*) Hoy, en pleno desplome por el abismo de la inconsciencia humana, con los polos terrestres derretidos, con mega-sequías que amenazan con dejar sin alimentos a gruesas partes del planeta y definitivamente dejar morir a otras tantas. Con lo que queda de vida silvestre completamente acorralada y el desarrollo descomunal de criaderos de animales domésticos con características de campos de tortura. Con islas de plástico en los océanos de tamaño de países. Con mega incendios que han convertido en cenizas lo que nosotros mismos -la ciencia- denominamos “los pulmones del mundo”. Luego de haber arrasado con los reinos de todas las maneras imaginables por aire, por tierra, y hasta arrastrando nuestras garras por el fondo del océano, después de todo eso, de lo que el propio Hombre llamó su “desarrollo”, ocurrió algo inesperado.

El Tao:

La fruta cae cuando está madura, reza la sabiduría popular. El Tao probablemente diría que el equilibrio está siempre detrás de las cosas, en el vacío que dejan al no-estar, en el no-hacer. En el Ser.

El Ser es mucho más grande que el Hombre, y es el Hombre también, pero parece que hoy está quedando mucho más en evidencia el papel secundario de este autodenominado Homo sapiens en el concierto total. La desnudez, la precariedad y la ridícula vanidad decoran a nuestro personaje tristemente.
Incluso la ciencia, que ante los sucesos contingentes ha actualizado relativamente su condición, hoy habla desde una posición de inusitada humildad: “no sabemos qué va a pasar”, “el comportamiento del virus es impredecible”, “estamos trabajando en la vacuna” (aún sabiendo que será una medida completamente ineficiente, por lo extemporáneo de una acción preventiva ante un suceso que ya ocurrió).
Hoy no hay nada más que la ciencia y la tecnología, los portentos del Hombre, puedan ofrecer. Salvo constatar que la Naturaleza nos prestaba servicios que desconocíamos hasta ahora que nos faltan, como el ser espacio y nicho de autorregulación de microorganismos patógenos para la vida humana. Una especie de sistema inmunológico extracorpóreo que nuestra miopía no nos había permitido ver y hoy ante su ausencia exclamamos: ¡oh! De esa misma forma hoy nos damos cuenta de un suceso histórico al que atendemos justamente por su fin, por su muerte, la muerte del Antropoceno, el fin de la Era del Hombre. Ahora la ciencia, la salud, la economía, la filosofía, la historia, y todas las ramas del conocimiento humano contemplan este suceso.

Contemplan la decadencia del imperio del Hombre sobre la Tierra. Como ante el desplome de una gran catedral, muchos están inquietos, corren de un lado a otro, vociferan máximas y recetas, soluciones contraproducentes, anuncios insípidos llenos de falacias, elucubran planes absurdos tejidos con las mismas hebras de la industrialización y la ciencia que ya no sirven, y que nos han traído hasta aquí. Decrépitos, se toman la cabeza entre las manos dentro de sus palacios de naipes y miran absortos los indicadores de la bolsa de valores. Vacíos, no logran encontrar nada que resuelva nada. Las muchedumbres hambrientas y asustadas, golpean las puertas, las ollas, prenden fuego, gritan, rompen, roban, se organizan también, tratan de reencontrarse con ese antiguo orden perdido. Buscan en la solidaridad, su refugio.

Ecología:
Y la Naturaleza sigue su rumbo, como un barco virtuoso, majestuoso, que sobrevuela un océano soñado, envuelto en una nube de pájaros de todos colores, siempre en un camino espiral hacia ninguna parte y hacia el mismo lugar, lejano, inalcanzable, presente. Compleja imbricación de confabulaciones vitales, extraños magnetismos y mutualismos que forman la indescriptible red de la Vida, de la cual el ser humano es sólo una parte, una parte pequeña y bella, con capacidad creativa y sostenedora, con capacidad poética y amorosa,con capacidad de crear vida y mundos dentro de su propio mundo, increíble y
delicada tarea. Con capacidad de darse cuenta que depende y está entretejido con el Mundo Mayor, y a través de él, con todo el Universo. Aquí aparece la Ecología, la porción de conocimiento e intenciones humanas que estudia, contempla y busca sintonizar el quehacer humano con el equilibrio dinámico de la red de relaciones vitales en un Mundo en constante cambio, creación y muerte.
Genoveva de la O Chamorro

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