por Benjamin
Pérez Krumenacker #opinion #tribuna
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"Antes despellejado que Muerto" parecía ser el grito esencial
de una raza que estaba dormida en la tibieza del té Lypton, o la deshidratante
felicidad de Coca Cola. Una explosión múltiple, un estallido en cadena, que
devela dolorosamente las aristas de una sociedad domesticada, primero con la
fuerza del fusil, y luego con la exasperante cháchara de toda la clase política
que sólo se dedicó a profundizar el modelo instaurado por Pinochet, subastando
nuestro país al mejor postor.
Fragmentados, disociados, enfermos, fuimos
acumulando mierda, hasta que surgió el símbolo definitivo de nuestra cultura
destrozada: un empresario despiadado, dirigiendo un país de gente explotada y
manipulada, de artistas marginados, intelectuales aburguesados, y de nuevas
generaciones sin referente local, porque se acabaron hace rato, pero sin miedo,
porque todo el miedo lo absorbió la generación de sus padres y madres.
Quién
hubiera pensado que en este oasis de estabilidad y progreso para el gobierno el
pueblo tenía una carta bajo la manga. Como si el ADN mapuche se hubiera
infiltrado en toda nuestra sociedad, recordándonos que esta tierra es nuestra.
Al igual que Neo, en Matrix, hemos despertado en el infierno del progreso, pero
a la chilena. Con funcionarios públicos corruptos que nadan en la desidia,
grandes casas comerciales y farmacéuticas que lucran con el vacío de identidad
y el miedo inyectable, con el cansancio crónico y el hastío, ante una vida que va
muy rápido a ninguna parte.
Unos por las buenas y otros por las malas, cantando
o a botellazos. Fragmentos diversos y extraños entre sí que se conjugaron al
son de un gobierno soberbio y sin empatía, dedicado 24/7, con demasiado
entusiasmo, a tomar las peores decisiones posibles; a dar los discursos más
vacíos y absurdos de la historia, mientras el resto de nosotros nos
contentábamos con hacer memes, desviando sin querer la atención, transformando
a Piñera en Condorito.
Pero la provinciana inocencia y el alcoholismo
compensatorio no fueron suficientes para aplacar por más tiempo la desazón. Ya
era demasiado el abuso y la indolencia, la inequidad del sistema y la soberbia
de la clase dominante. Los chilenos despertamos en el infierno que nos habían
preparado y ornamentado perversamente, con suculentas tarjetas de crédito y
seguros hasta para los calcetines.
Despertamos de los saqueos a nuestros
recursos naturales, orquestados por las grandes corporaciones y sus socios: los
políticos. Saqueos a la tercera edad más vulnerable. Saqueos a los estudiantes,
los profesores, las mujeres, los obreros, y una larga lista donde cabemos el
90% de los chilenos.
¿Será que el metro, en su calidad de banda transportadora
de obreros obedientes, surgió como el símbolo definitivo de ese abuso?
Era el
sistema perfecto: “Te damos un trabajo por el que te pagamos muy poco, y al
mismo tiempo te vendemos una sarta de mierdas innecesarias para suplir el vacío
de identidad que nosotros mismos sostenemos, a punta de publicidad, y medios de
comunicación manipulados, de casa comerciales, copete, drogas y un largo etc .
Y si te quedas corto, que es básicamente la idea, te ofrecemos generosamente
los grilletes definitivos, el endeudamiento”.
Afortunadamente, los chilenos
todavía guardábamos alguna relación con nuestra naturaleza humana más
ancestral, y como ocurre con todo sistema vivo no sustentable, el oasis de
Piñera se transformó en el infierno de todos. Cayó el velo que nos tapaba la
vista, no permitiéndonos ver que este supuesto progreso no era más que una
máquina moledora de cuerpos.
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Ahora los cuerpos despiertan y la luz es dolorosa,
nos quema con su verdad incómoda, nos hace gritar y bailar, pelearnos entre
nosotros, destruir las cosas que odiamos en silencio por tanto tiempo, rebelarnos
ante un sistema que nunca se ha interesado en conocernos y mucho menos en
protegernos.
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Las instituciones y la clase política quedaron obsoletos ante
estos desafíos, y somos nosotros, las personas que sienten, las familias, los
amigos, los barrios, las comunidades, los que tendremos que hacer el largo
camino que hay por delante. Si no hay grandes líderes sociales será por algo.
Quizás, estamos todos y cada uno de nosotros llamados a ser líderes de nuestros
sentimientos y nuestra voluntad, a encontrarnos con esas preguntas que nos
hieren desde adentro e intentar responderlas cada día un poco, con creatividad
y con amor. En la búsqueda honesta, pacífica y comprometida , de nuestro
sentido como seres humanos en esta compleja realidad.
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