El octubre rojo de Chile de 2019; la primavera chilena o la Revolución de octubre, como se le ha llamado, marca sin lugar a dudas, un antes y un después en el sistema político del país. Encendió clamores populares que, junto con movilizaciones y una violencia desatada, sin precedentes desde que se recuperó la democracia (En 1990 luego de 17 años de una dictadura militar que desentraño lo peor de un terrorismo sistemático por parte del estado de Chile con sufrimiento, tortura, desaparición y muertes de personas, compatriotas; y, desde donde se propone un modelo económico a la medida de quienes se hicieron con el poder, caldo de cultivo de la situación actual), denotan que algo se venía acumulando, como un grito sofocado, ahogado, que buscó salida de una manera visceral y violenta, de la peor manera, desde donde surgen un sinnúmero de especulaciones de quienes serán estos grupos anarquistas organizados pudiendo, claramente, ser radicales de izquierda y de derecha que buscan en la desestabilización y violencia provocar el miedo para encontrar un espacio. La doctrina del shock. Dicho esto, debemos superar el caos para reconstruir y recomenzar. La rabia solo demuestra la importancia de la reivindicación de la deuda histórica con una sociedad que ya no resiste más frente a un modelo económico absurdo, abusivo, fuera de contexto y desigual.
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Ante todo se deja en claro, tajantemente, que los códigos de violencia utilizados son totalmente condenables y contrarios a la esencia o espíritu de la protesta o reivindicación social de un país en democracia. Códigos que hay que analizar, porque el descontento tiene una raíz y se expresa violentamente al no sentirse parte de la sociedad construida o no tener una representatividad confiable para expresarse. No existe sentido de pertenencia cuando la delincuencia, el lumpen se posiciona y entrega su mensaje de caos, de destrucción kamikaze debido, principalmente, porque se ha instalado una suerte de "lumpen político" enquistado, el cual ha mutado hacia un sistema de castas políticas rotativas en la oligarquía dominante de las políticas públicas; castas plutocráticas amantes de la cleptocracia. Funcionarios públicos, por cierto. Muchos habrán pensado que el pueblo servil al voto, inculto, incrédulo y ajeno a ese tipo de clase política, no sabe, no se da cuenta, atizando aún más con su soberbia e indolencia el candor del fuego de un corazón que, desesperadamente, busca su lugar para la justicia social, que se escuche su voz y se respete el clamor popular. La voz del pueblo, esencia y espíritu de nuestra democracia (Demo=Pueblo - Cracia=Poder).
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Sin duda, vivimos y somos parte de un hito en nuestra historia democrática. Un proceso social en movimiento que corresponde a todos poder encaminar. Se hace una urgente necesidad poder canalizar las energías desde la ciudadanía en movimiento con propuestas concretas y organización. No obstante, se debe establecer claramente la incompetencia de un gobierno que no pudo mantener la gestión política para la que fue votado y (obligado por legítimas demandas sociales en uno de los países más desiguales del mundo, con un per cápita que supera los 20 mil dólares, donde el 1% recibe más del 25% del PIB) decide decretar estado de emergencia, rompiendo el estado democrático, libre desplazamiento y reunión, reprimiendo de manera brutal con las armas del estado a compatriotas. Armas de todos los chilenos y chilenas. Muchos han sido heridos, mutilados, torturados y muertos en uno de los capítulos más negros desde que se tenga memoria desde la recuperación de la democracia. Aplica también, por cierto, a chilenos y chilenas funcionarios públicos de las fuerzas armadas. (heridos o afectados).
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Un nuevo Pacto Social implica, ante todo, paz, respeto y entendimiento. Rechazamos actos violentistas y desafiamos al gobierno a establecer responsabilidades políticas respecto de las violaciones a los derechos humanos. Así también, le exigimos una inteligencia que prevea escenarios complejos, como así también se investigue, reconozca y juzgue, transparentemente, quienes fueron los responsables, los delincuentes, los saqueadores incendiarios del Metro de Santiago y de la propiedad privada.
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Por último, no podemos dejar de mencionar que ante todo el problema social es un problema ambiental, en donde aún tenemos que conversar cómo eliminamos las zonas de sacrificio, que hacemos o cómo enfrentamos que existan niños con metales pesados en su sangre, hablar de las altas tasas de cáncer en algunas ciudades cercanas a procesos contaminantes de producción, mares colapsados, acaparamientos de aguas, destrucción de glaciares, entre tantas otras cosas.
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Condenamos todos los actos de violencia injustificados. No es la manera de entregar el mensaje de justicia social y equidad. Hoy, navegando en el caos, debemos ir rumbo a lo imposible; y, más que nunca, es fundamental vestirnos de demócratas, de libertad y empujar una política ciudadana transversal en donde las señales políticas sean de inclusión e incidencia. No de represión, no de destrucción. Menos con las fuerzas armadas del estado en contra de sus conciudadanos.
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Después de la tormenta, viene la calma. Después del caos, el nuevo comienzo en donde políticos y ciudadanía deben conversar, dialogar, mirándose a los ojos para reconstruir un capítulo diferente, alegre, esperanzador en nuestra herida democracia, de manera urgente. El futuro, nuestros niños y niñas no pueden seguir esperando. No podemos, nuevamente, fallarle a ellos también.
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Después de la tormenta, viene la calma. Después del caos, el nuevo comienzo en donde políticos y ciudadanía deben conversar, dialogar, mirándose a los ojos para reconstruir un capítulo diferente, alegre, esperanzador en nuestra herida democracia, de manera urgente. El futuro, nuestros niños y niñas no pueden seguir esperando. No podemos, nuevamente, fallarle a ellos también.
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Yo creo en Chile; ¿y tú?
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Rodrigo de la O
Director Vigilante Costero ONG - Waterkeeper Chile