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domingo, 27 de febrero de 2011

Reflexiones a un Año en que la Tierra remeció nuestra historia


Por Rodrigo de la O - (Foto: Julien Barbier. Maule Itata Coastkeeper)
Corren los primeros tiempos de un año distinto y creo que la melancólica sensación que  me sustenta es un objetivo aliado para transmitir, para registrar aquellos inmanejables sentimientos.
Caminando hacia un año después del cataclismo vivido, en nuestro bizarro bicentenario, nuestro país, Chile, y nuestra amada zona corazón de la catástrofe, comienzan tímidamente a reflejar los primeros brillos de un lento despertar, de una simbiosis tenuemente percibida, de una metamorfosis imposible de evitar, de un impacto tal que marcó nuestra  historia a todos y cada uno de nosotros.
Vivimos, por tanto, un antes y un después. Hoy quisiera escribir sin pergaminos ni objetivos, sin trabas ni ataduras. Solo lo hago por el placer y la necesidad de hacerlo ya que, de cuando en cuando, la melancolía me atrapa y producto de ella un torbellino de letras salen disparadas en esta tinta virtual que se escapan al accionar un teclado que se cae a pedazos pero que sobrevive aún, como nosotros, como yo, más allá de todo. El papel digital es mi cómplice y el destino a la hora de aunar las ideas necesarias que permitan reflejar lo que siento, lo que necesito contar, como una forma de desahogo eficaz, anhelo.
Teniendo unos cuantos días más tranquilos, algo parecido a unas vacaciones, he podido bocetear este último y álgido año en mi cabeza, analizarlo lentamente y ver que ha cambiado, que está pendiente. El mentado año de la reconstrucción en donde ser un país ha sido todo un desafío comenzando por poner la primera piedra en el castillo de nuestra moral, de la Fe, para poder continuar. Donde se suceden hechos de surrealismo extremo donde la mentira subyace mediatizada y avalada de manera extraña, lacerante. Otros en donde la desgracia se convierte en oportunidad y sin desparpajos lucran con ella. También están los inclasificables que operan sin pudor en momentos en donde a muchos les cambió la vida y ya no son los mismos.
Impacta como el ser humano puede mutar y ser, en esencia, un fraude o un milagro, un ejemplo o un lamento. Asusta constatar como la guerra de los egos atenta contra lo fundamental de vivir en sociedad, con individuos múltiples, diversos, diferentes en que la tolerancia es una herramienta esquiva muchas veces pero necesaria a la hora de confraternizar, de existir por uno y para el otro, reconociendo que el tejido social existe, es tal y nace desde y para el ser humano independiente de quien sea. Esta mirada se ha ido perdiendo, quizás sea el modelo, la rutina, no lo sé, pero como sea es triste.
El 27 de febrero del bicentenario no estuve presente, me encontraba en un piso quinto en un hotel de Bogotá. Aún siento el vértigo de no haber estado, de no haber vivido lo que muchos compatriotas experimentaron y espasmos de culpa me cruzan sumados a una angustia galopante al recordar el peor viaje de mi vida. Me duele pensar que no tuve el impacto del schock emocional inmediato pero al menos creo me ha servido para enfrentar mejor el devenir.
Fue en el último día en que había estado participando en una feria de turismo, promoviendo nuestra tierra y sus bondades. La ironía es suprema cuando recuerdo que en el hotel, aún sin saber, no podía dormir producto de una ansiedad y angustia repentina aquel día, aquella noche, justo en los instantes en que en mi querido país, mi querido pueblo, la tierra se cimbraba con colosal violencia. En la madrugada de aquel sábado inolvidable una llamada me sitúa en un paraje de absoluto colapso cuando alguién susurra al otro lado del teléfono “...terremoto en Cauquenes”. Después una suma de vertiginosas emociones trepidaron en mi ser tratando de conocer y saber lo insospechado. Momentos indeseados de mucha incertidumbre que no doy a nadie.
Gracias a Dios no tuve desgracias personales, sin embargo, hubo muchos que sí las tuvieron y el solo pensar en ello nos situó de inmediato en la trinchera de la ayuda, de la contención y nos dispusimos a ello. Sé también de muchos otros que de forma inmediata, desinteresada se volcaron a ayudar a nuestro querido Chile de forma anónima y con un cariño y estatura humana impresionante confiando en nosotros para ser un soporte en la gestión de esos recursos. Agradezco profundamente la voluntad y confianza, esperamos haber estado a la altura.
A un año de la catástrofe es bueno analizar aquellos instantes de caos, de desesperanza, de completa indefensión. Este analisis nos hace, en síntesis, mas humanos, iguales y demuestra lo que es real, lo que importa, nuestra gente, el cariño, el amor y la necesidad de ayudar, de cobijar al débil, al enfermo, al herido, sin pretensiones, sin dobleces. Eso es lo que vale, lo que supera las diferencias y propone el ser por sobre el tener.
Creo que ha sido una oportunidad única que la vida nos brinda y que la naturaleza nos invita a considerar. Que es lo que somos, para donde vamos, de que manera y que es lo que de verdad importa. Reflexiones humanas que después de un año de esta magnánima tragedia nos debiera ayudar a ser mejores pasajeros de este planeta.
Un abrazo a todos los sobrevivientes y aquellos que han sufrido en este año. A seguir adelante reconstruyendo nuestra alma país y que podamos crecer en todo sentido, en lo espiritual primero que todo. Un especial abrazo a los caídos, a los que partieron aquel día. Que su recuerdo sea un símbolo en que podamos apoyarnos para poder comprender nuestra tierra, sus procesos y sus mensajes ya que a ella hay que quererle, jamás temerle, pero sí respetarle.

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