Existe más de una razón para que el caso de Barrancones represente un antes y un después en la historia de las controversias político ambientales del país. Nunca antes un proyecto fue más desmenuzado, ni un prontuario más expuesto al escrutinio público. Por primera vez la atención fue general y la reacción que siguió fue masiva y ex ante. Esto por sí solo es un triunfo. Podríamos congratularnos por nuestras capacidades disuasivas, quedarnos tranquilos o forzar la excepcionalidad con que han tachado la medida. Sin embargo, con la misma elocuencia, el caso Barrancones puede terminar siendo un hito más dentro de nuestro caso de “subdesarrollo exitoso”.
Bastó un telefonazo para frenar un proyecto ya visado, lo sabemos. La celeridad de esa reacción amenaza con distorsionar los alcances y causas del acto mismo. Si olvidamos por un instante el resultado tras la decisión presidencial, veremos, una vez más, la arbitrariedad total que goza la figura presidencial. Piñera reveló lo que muchos saben: que las decisiones de inversiones medianamente grandes pasan por el Presidente; se discuten con los inversionistas y se zanjan antes que estas incurran en tanto gasto en un proyecto. Se puede rastrear esta costumbre en todos los gobiernos anteriores con casos tan grotescos como discretos. El que este haya resultado a la inversa no cambia en absoluto la naturaleza discrecional detrás de las inversiones “estratégicas”. La institucionalidad que evalúa este tipo de proyectos demostró ser una mascarada y la normativa a cumplir un mero tramite. Se destapó una gran farsa y de paso, se tendieron dudas sobre la nueva institucionalidad ambiental. El que el día anterior la ministra de Medio Ambiente se inmolara –traicionada por los nervios de sostener tanta mentira– señalando que la ley le impedía al Presidente vetar algún proyecto quedará como una anécdota, al igual que su renuncia, vetada también. Piñera, olfativo como nadie, no necesitó de una encuesta para percibir lo que podía costar a su figura comprometer una vez más su palabra. Se vio obligado a romper otra promesa, no otorgada al CEO de Suez Energy que estuvo vigilando un tiempo antes; es más probable que el compromiso Piñera lo haya tratado con Sarkozy (recordar que Suez es un gigante entre gigantes donde el gobierno francés tiene un 30%). Seguramente, embrujado por los aires parisinos, olvidó una promesilla hecha al fragor de una campaña, promesas verdes que a larga todos olvidan y a nadie le cobran. Ojalá que la reacción que propició la voltereta responda a un nuevo estado de alerta en la ciudadanía, y no tanto a la irritación particular gatillada por tantas promesas incumplidas.
Lamentablemente, el costo de esta arrancada de tarros puede ser más cara para las causas ambientales que haber frenado el proyecto por cauces más normales. Quid pro quo reza la demanda de los dueños de Chile: HidroAysén y Castilla se frotan las manos. Lo más penoso que puede resultar de todo esto es que Barrancones se convierta en el chivo expiatorio que finiquite cualquier manto de duda respecto del resto de los proyectos. Todo por el mentado tema de fondo que tanto interesa a periodistas y liberales. Cómo responder a la pregunta del millón que, en su simpleza desarma, al hippismo ambientalista: No a HidroAysén, sin termoeléctricas, menos energía nuclear, entonces ¿con qué caliento la sopa? Si bien es válida la pregunta, las premisas sobre las que se levanta son mañosas y los escenarios que plantea están llenos de falsedades. Es sorprenderte ver cómo la voz oficial de supuestos expertos es aquella expuesta por ex ministros o empresarios ligados hasta el tuétano con el marco vigente, mientras las razones y proyecciones de investigadores y académicos son anuladas por la corriente principal. Así se configura el mito. Se sobreestima la demanda eléctrica, se omite la relevancia que puede tener una política de eficiencia energética estricta con las mineras y la industria -principales consumidores eléctricos-, se afirma que las ERNC (energías renovables no convencionales) son irrelevantes y utópicas, que un cambio en las reglas del juego encarecerían las cuentas, que los costos para el país, etc. Insisten en que para hacer tortillas hay que romper huevos, cuando la cuestión real es a quiénes sacrificamos y por qué. La verdad es que hace mucho tiempo que estamos protegiendo ganancias ajenas.
Ese lado más oscuro de estas ilusiones compartidas y asumidas es que terminan negando la realidad al servicio de fines nefastos. Tal y como lo apuntara Derrick Jensen: “para que consigamos mantener nuestro modo de vida, debemos mentirnos los unos a los otros, y sobre todo a nosotros mismos (…). Las mentiras actúan como barreras ante la verdad. Las barreras son necesarias, ya que sin ellas muchas acciones deplorables se convertirían en imposibilidades”.
Para insistir en el trasfondo del asunto. A ratos parece que nuestro prospecto energético es ineludible y que las externalidades negativas “inherentes” al progreso surgen por generación espontánea. Cualquiera que tenga una noción sobre las necesidades energéticas del país sabe que nuestra matriz actual es la respuesta a una política configurada de antemano. La matriz que estamos construyendo y aquella que se proyecta inexorable y desconocida para la mayoría, ya fue pactada. El plan de obras, por más estratégico que sea para el país, lo deciden los privados. Ellos determinan dónde, cuándo, cómo y cuánto. En Chile no existe un plan estratégico para la energía, para los recursos, ni para el territorio. Un cambio profundo, donde las variables económicas no sean las únicas relevantes, donde los incentivos o subsidios se coloquen en las alternativas más limpias y armónicas con otras actividades y no al revés, es necesario. Ese día podríamos hablar de albores en el camino a la sustentabilidad. La solución es más fácil de lo que se quiere proyectar. Una nueva matriz depende más de la voluntad de plantearse intervenir un mercado abusivo y de nivelar hacia arriba las alternativas energéticas y tecnológicas, de rayar la cancha pensando en el futuro y no tanto en la rentabilidad mayor y más rápida. Eso depende de que el Estado decidida proyectar al país más allá del mito que lo consume; pasa por definir, por encauzar un tipo de desarrollo posible que se no sea esclavo de las circunstancias.
Las campañas del terror económico aparejadas a cualquier idea de cambio es el preludio del baile entre gobierno y empresarios; la promesa de un desarrollo común, de riqueza creciente y constante para todos y en todas partes. La verdad es que pocos países dan mayores regalías, se podría apretar mucho más y aún este país seguiría siendo un paraíso para los inversionistas. Sólo para dar un par de ejemplos: si Costa Rica (no Alemania) asumió que el 100% de sus requerimientos de energía eléctrica provendrá de ERNC para el año 2024; si Nueva Zelanda asumió el 90% para el 2025, y Portugal el 65% para ese mismo año, ¿es mucho pedir 40% o 50% de ERNC para al 2030 en Chile? ¿Por qué no se hace? ¿Son marcianas este tipo de preguntas? Si se les exigiera a las mineras e industrias intensivas en energía un 2% de eficiencia anual, cómo señala Miguel Márquez, no serían necesarias cuatro termoeléctricas a carbón del plan de obras. Si prestáramos atención al estudio realizado por Stephen Hall y Roberto Román, entre otros, que señala: “El país tiene en carpeta proyectos que superan con creces la demanda de los próximos 15 años, los que sumados a la contracción del consumo eléctrico, no sólo hace que HidroAysén sea innecesario, sino que se podría prescindir en al menos un 40% de las nuevas plantas de carbón”. Chile responde a los desafíos planteados por el calentamiento global planeando más de 10.000 MW en base a carbón, y con un gigante insensato y aberrante para el patrimonio natural de nueve regiones como es HidroAysén.
La verdad es que Chile eligió hace tiempo que la mejor energía es la más barata, aunque no sea para nadie más que para quienes lucran con ella. El carbón fue la respuesta a la escasez de gas argentino, HidroAysén a la volatilidad de precios de los combustibles fósiles. El que Chile proyecte el segundo mayor crecimiento de emisiones de CO2 del mundo es una cruz pesada, pero momentánea que nos exige nuestro “desarrollo” (sólo la termoeléctrica de Castilla representaría un incremento nacional de emisiones de CO2 de un 8%). Ni qué hablar de las posibles consecuencias aparejadas a la huella de carbono. Así, mientras oímos los lamentos a que nos sometió La Providencia y los buenos deseos anunciados tras esta breve crisis, ya está en las carpetas de los despachos de los soberanos que para el año 2030 vendrán a salvarnos cinco limpios y nuevos reactores nucleares. Lo anunció el ex ministro Tokman y ha sido repetido constantemente por los “expertos” creativos.
Otro hecho que no se puede obviar entre tanto sobresalto es aquel que revela el accionar inmoral y oportunista de quienes están detrás de estas inversiones. Me refiero a esa práctica avalada y legalizada por el Estado que permite comprar, a través de pagos o regalos miserables y a través de promesas falsas de trabajo y prosperidad, las voluntades de gente pobre y necesitada que termina pagando el costo del mentado crecimiento. Pasó en Mehuín, pasó en Chungungo, está pasando en Chanavayita (I Región). Al final terminamos viendo cómo esas comunidades, en muchos casos con la complicidad de autoridades, se quiebran. Hasta el día de hoy no me explico cómo esta práctica, que es delito en la administración pública, es avalada y potenciada como responsabilidad social empresarial (RSE).
Créanme que conozco cada caleta de la Primera Región y muchas otras de la Segunda a la Cuarta. Conozco, como pocos, la forma en que viven y sobreviven muchos de esos pescadores. Algunas de esas caletas están más organizadas y mantienen sus áreas de manejo, en tanto otras, la mayoría, sólo subsisten. No existe alcantarillado, la mayoría tiene luz a ratos por generadores a petróleo, muchas tienen serios problemas de drogas, y la gran mayoría no tienen escuelas o servicios básicos. El caso de caleta Chungungo y Punta de Choros no se puede comparar con el destino de otras caletas más pobres aún. Punta de Choros, con el amor que le tengo y con su biodiversidad insuperable, representa una excepción. Una demanda así de organizada que desemboca en movimiento es impensable para la gran mayoría de los proyectos termoeléctricos del norte y sur del país ¡estamos hablando de alrededor de 50 proyectos! La pobreza y abandono que padecen esas comunidades es responsabilidad del Estado, y su condición no puede servir de excusa para permitir ese chantaje que los condena a una muerte lenta. Basta recordar lo que pasó en Puchuncaví, donde no hay un poblador que no se arrepienta de haber creído tantas mentiras.
¿Por qué estas termoeléctricas son tan resistidas? ¿Por qué no buscar lugares menos perjudiciales con el ecosistema y menos reñidos con las comunidades? ¿Por qué no se han aplicado medidas de captura, abatimiento y refrigeración que reduzcan el daño? No se ha hecho para evitar que estos proyectos pierdan su rentabilidad extraordinaria. El carbón que necesitan requiere de un muelle, cualquier otra alternativa significaría mayores costos para nuestros esforzados inversionistas.
La linterna a Barrancones nos demostró que los informes técnicos solicitados a universidades pueden ser tijereteados al antojo. Las termoeléctricas a carbón se defienden que la pluma de aumento de temperatura es neutralizada y no abarca más que un área reducida, pero el agua que se devuelve no sólo es más caliente, sino que contiene elementos tóxicos (químicos antifouling que actúan como veneno para evitar la incrustación de larvas y moluscos). Si bien el mar parece inconmensurable, la cantidad de agua que succionan estas plantas es gigante -Castilla extrae y devuelve agua contaminada equivalente al volumen del Estadio Nacional cada 4 horas-, lo que reduce en forma constante y astronómica larvas y fitoplancton. Las consecuencias ecológicas de una termoeléctrica ubicada en zonas de alta riqueza marina son totales: la aniquilación del fito y zooplancoton merma toda la trama trófica; la bioacumulación de metales pesados a otros componentes de la biota se puede seguir hasta nosotros; la lenta lluvia de ácidos y cenizas puede abarcar, en las condiciones que moldean nuestras costas, mucho más de 20 km. Es por esto que con los mismos argumentos con que se vetó Barrancones, una central como la que pretende la CAP en Cruz Grande es impensable. Todos saben que uno de los principales recursos de estas caletas o áreas de manejo cercanas a las termos es el loco, lo que pocos saben es que la larva del loco dura como larva más de 3 meses antes de asentarse y comenzar su crecimiento. ¿Qué pueden significar 20 o 30 km de distancia para una larva que va de acá para allá durante 3 meses? Qué decir del daño acumulativo y local que irradia el humo, cargado con viejos conocidos como el CO2, SO2 y NOx liberado en concentraciones gigantescas, con criterios que ni siquiera consideran la dirección del viento (que en las costas de Chile corre casi invariablemente de sur a norte). Ese argumento tan simple y evidente, probado con sangre y ceniza en Tocopilla, todavía no decanta en las mentes de los money makers. No son sus pulmones, ni su cáncer, ni su vida la que se destruye.
Cifro mis esperanzas en esa hambre de conocimiento y atención que surgió a propósito de Barrancones, en la consecuencia en la acción y en el convencimiento de una nueva forma de ver el rol de cada uno en la configuración de la realidad, y en la responsabilidad que ello implica. Si lo que ocurrió aquel día de marcha fue un despertar, o una mera hazaña satisfecha en el placebo que no logre tomarse en serio a sí misma, lo dirá el tiempo. Espero que logre imponerse la paciencia y la profundidad que requiere una sociedad atenta y deliberante de su suerte. Temo que se disperse en el vapor insustancial de la anécdota, o que se pervierta en un rechazo sistémico, aislado y pueril. Desconozco si puede existir una convergencia sin liderazgos u orgánica, sin votos, tan dependiente de las veleidades de la red. No sé si la chispa que vi ese día, media confundida y recurriendo a gritos prestados, pero convencida y pacífica, pueda converger en más batallas. Lo ansío. De verdad ansío este sea el caso y que esa victoria no se transforme en una excepción.
Nesko Kuzmicic
Biólogo Marino
No hay comentarios:
Publicar un comentario