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domingo, 11 de mayo de 2025

¿Cómo valorar la vida? Tres caminos para pensar más allá del dinero

Tal vez el futuro no dependa de una sola idea revolucionaria, sino de unir lo mejor del pensamiento crítico, la ciencia consciente y la sabiduría ancestral. Aprender a valorar desde la vida, no desde el precio, puede ser el primer paso hacia una nueva forma de habitar el mundo.


En un mundo donde casi todo se mide en dinero, cada vez más voces cuestionan esa forma única de valorar. ¿Qué pasaría si en vez de preguntarnos cuánto cuesta algo, nos peguntáramos cuánto cuida la vida, cuánta energía útil emplea o cuán profundamente se relaciona con el mundo que lo rodea?

Félix Guattari, filósofo y psicoanalista, en su libro “Las tres ecologías, propuso pensar la ecología no solo como cuidado del medioambiente, sino también como una transformación de nuestras relaciones sociales y de nuestra vida mental. Llamó a esto ecosofía: una forma de sabiduría que nos ayuda a reconectar con la Tierra, con los otros y con nosotros mismos. Para él, la crisis ecológica también es una crisis del deseo y de la sensibilidad.

Lo que realmente tiene valor no es lo que genera ganancias, sino lo que sostiene la vida, despierta la creatividad y fortalece los vínculos. Esta idea dialoga con el pensamiento del filósofo noruego Arne Naess, quien desarrolló la ecología profunda, y también, de manera independiente, el concepto de ecosofía.

La ecología profunda sostiene que la solución ecológica planetaria implica un cambio en el sistema de vida que llevamos actualmente los humanos, no teniendo como objetivo alcanzar el bienestar a través del desarrollo material que trae el crecimiento económico, sino en una visión holística que reconozca la interdependencia de toda la vida en el planeta y que las sociedades humanas no desaten el vínculo existencial que tienen con la Naturaleza.

Según Naess, todos los seres vivos tienen un valor intrínseco, independiente de su utilidad para los humanos. El ser humano debe ampliar su sentido del “yo” hasta incluir el mundo natural, entendiendo que lo que le hacemos al planeta nos lo hacemos a nosotros mismos. Guattari y Naess, aunque diferentes, coinciden en algo sustancial: valorar la vida es vivir en conexión con ella. No como dueños, sino como parte de un todo.

En un plano distinto, pero complementario, Nicholas Georgescu-Roegen fue uno de los primeros economistas en advertir que la economía ignora las leyes fundamentales de la física. En su obra principal, “La ley de la entropía y el proceso económico”, sostuvo que todo proceso económico implica una pérdida de energía útil, un aumento de entropía, y que si seguimos ignorando ese costo invisible, agotaremos los recursos del planeta.

Inspirados por esta visión, los ingenieros Antonio y Alicia Valero, en su libro “Thanatia: Los límites minerales del planeta” proponen una forma de medir el verdadero costo físico de nuestras actividades: la exergía. Esta no se pregunta solo cuánto producimos, sino cuánto esfuerzo energético requiere y cuánta energía útil perdemos en el camino. Desde esta mirada, el valor real de las cosas está en su eficiencia energética, en su capacidad de respetar los límites de la naturaleza.

En países como Chile, donde la economía depende fuertemente de la minería del cobre y el litio, el enfoque de la exergía permite ver un aspecto oculto por los precios internacionales: el alto costo energético y termodinámico de extraer recursos cada vez más diluidos en la corteza terrestre. Según Antonio y Alicia Valero, aunque estos minerales tienen gran valor económico, su procesamiento implica una pérdida significativa de exergía -es decir, de energía útil-, especialmente cuando se recurre a yacimientos de menor ley.

Esta perspectiva muestra que, más allá de su rentabilidad inmediata, estas actividades tienen un costo físico irreversible que debería ser parte de cualquier política de sostenibilidad. Medir ese deterioro no solo en dólares, sino en energía útil perdida, permite revalorizar el territorio desde los límites biofísicos que lo sostienen.

Pero mucho antes que estas ideas modernas, los pueblos originarios de América ya vivían según otra forma de comprender el valor. Para ellos, la Tierra no es un recurso, sino una madre viva. En sus cosmovisiones, la vida se organiza por principios de reciprocidad, equilibrio y respeto.

Conceptos como el sumak kawsay (buen vivir) en los Andes o el küme mongen (vida buena) en el mundo mapuche, expresan la idea de que la riqueza no está en tener más, sino en vivir en armonía con la comunidad y con la naturaleza. No se trata de dominar, sino de corresponder. Estos saberes no están en los libros de economía, pero contienen una de las claves más profundas para enfrentar el colapso ecológico: volver a sentir que somos parte del planeta Tierra, no sus dueños.

A pesar de provenir de mundos tan distintos, estos tres enfoques comparten una idea fundamental: el valor no se encuentra en el mercado, sino en aquello que sostiene la vida. Guattari y Naess nos enseñan a pensar la vida como relación; Georgescu-Roegen y los Valero, como sistema físico con límites; los pueblos originarios, como un entramado sagrado. Frente a un modelo económico que agota los cuerpos, la energía y los territorios, estas visiones nos ofrecen otras brújulas: más éticas, más sensibles, más respetuosas.

Tal vez el futuro no dependa de una sola idea revolucionaria, sino de unir lo mejor del pensamiento crítico, la ciencia consciente y la sabiduría ancestral. Aprender a valorar desde la vida, no desde el precio, puede ser el primer paso hacia una nueva forma de habitar el mundo.

lunes, 13 de marzo de 2023

Ecología y derechos de la naturaleza: fuera de borrador constitucional

Se acaba de conocer los nombres de las comisiones de “expertos” que redactarán el borrador de la nueva Constitución; entre ellas, está la comisión “Derechos económicos, sociales, culturales y ambientales”, los cuales se clasifican, de acuerdo con la actualización de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, como Derechos Humanos de Tercera Generación. Al final del nombre, se mencionan los “derechos ambientales”, desde luego importantes, pero totalmente insuficientes para enfrentar la actual crisis climática y ecológica que avanza vertiginosamente.

Los derechos ambientales están incluidos en Chile desde la Constitución del 80, donde se garantiza el derecho a vivir en un medioambiente libre de contaminación y tutelar la preservación de la naturaleza, y ya sabemos cuáles han sido los resultados: totalmente deficientes. En el actual modelo económico neoliberal, sustentado en el Estado Subsidiario, el tema ecológico no está presente para nada y el tema medioambiental, avalado constitucionalmente, es considerado como una externalidad al modelo económico, centrando las políticas públicas solo en restricciones ambientales (por ejemplo, límites a las emisiones de sustancias contaminantes nocivas para los humanos), sin considerar en profundidad las variables e interacciones que afectan a la naturaleza como un todo. Solo las movilizaciones ciudadanas han podido impedir, a veces, el impacto negativo en la naturaleza.

¿Cuál es la diferencia entre medioambiente y ecología? El primero se refiere, de acuerdo con la RAE, al “conjunto de circunstancias o condiciones exteriores a un ser vivo que influyen en su desarrollo y en sus actividades”, lo cual claramente refiere a algo externo al ser vivo. En cambio, la palabra ecología es mucho más profunda. Se define como “ciencia que estudia los seres vivos como habitantes de un medio, y las relaciones que mantienen entre sí y con el propio medio”. Por lo tanto, si hablamos de medioambiente sólo operamos sobre el resultado de las interacciones ecológicas que lo generan.

Fue en la Cumbre de la Tierra en Río de Janeiro en 1992, y a raíz de la “Declaración de Interdependencia”, que el Dr. Zuzuki dio a conocer en esa oportunidad, cuando el concepto de medioambiente comenzó a considerarse insuficiente para abordar la interdependencia que tenemos los humanos con la naturaleza, y que el nuevo referente era la ecología. Es necesario recalcar que hubo anteriormente la Declaración de Greenpeace sobre la interdependencia (1976): “Tres leyes de la ecología: la interdependencia, la estabilidad relacionada con la diversidad y límites del crecimiento”. Sin embargo, fue a partir de la Cumbre de Río cuando se difundió mundialmente el concepto de interdependencia en el plano ecológico.

La visión ambiental está basada en “deberes” y en ella subyace la idea de que la naturaleza es un objeto de protección y el humano tiene el deber de protegerla. Pero un deber sin establecer un derecho de aquello que se quiere proteger es una imposición externa, y no hay incentivos para cumplirla, más bien hay incentivos para burlarla, sobre todo bajo la influencia de las grandes corporaciones extractivistas que rentan con los bienes naturales. En cambio, un deber que emerge de un derecho se llena de sentido y legitimidad.

Preocuparse solo de los daños medioambientales es apuntar al síntoma, no a las causas profundas; es un enfoque totalmente desactualizado para enfrentar la crisis ecológica, donde no están considerados otros problemas tan relevantes como el desequilibrio de los ecosistemas, la depredación de los bienes naturales, la reducción de la diversidad biológica y la afectación de los ciclos naturales (como el del agua, el fósforo y el nitrógeno), entre otros. Estos problemas afectan directamente a la naturaleza y sus relaciones internas.

Hoy, después de 30 años, la preocupación focalizada solo en el medioambiente ha demostrado ser completamente ineficiente para garantizar los derechos humanos ambientales de tercera generación, menos aún garantizar el más importante de los derechos humanos de primera generación: el derecho a existir. Para que este derecho se pueda cumplir -en la situación crítica en que nos encontramos- es necesario superar la visión ambiental y centrarnos en una visión ecológica, que tiene una forma integral de apreciar a la naturaleza. Ello sólo se puede realizar a cabalidad si reconocemos los derechos de la naturaleza, porque es ella la que está siendo devastada por el humano, y como consecuencia de esa acción se afectan los propios derechos humanos ambientales.

No podemos seguir considerando a la naturaleza como algo externo, porque somos naturaleza y nos une un vínculo indisoluble con sus elementos, con los cuales tenemos una relación de interdependencia. La naturaleza nos proporciona el aire, el agua, los alimentos, la necesitamos para existir. La naturaleza genera y reproduce la vida; todos los seres vivos de este planeta se constituyen en la naturaleza y cada uno tiene una función en sus ecosistemas. Garantizar los derechos de la naturaleza constituye el primer gran paso en la dirección correcta para enfrentar la crisis climática y ecológica que hemos originado en nuestro planeta Tierra. Debemos superar el antropocentrismo que se inició en el periodo de la Ilustración (que, a su vez, había superado al teocentrismo) y que ubicó al humano por sobre todo lo demás, incluso sobre la naturaleza. Debemos transitar urgente al paradigma ecológico -ecocentrismo y biocentrismo- donde la naturaleza debe ser sujeto de derechos.

Sin derechos de la naturaleza, los impactos ambientales que considera nuestro sistema jurídico solo se valoran en la medida que se afecte al humano en su economía, salud o cualquier parámetro conmensurable monetariamente, sin considerar el impacto mismo en la naturaleza, que es cualitativo y multidimensional. Con derechos de la naturaleza se puede exigir su restauración cuando sus ecosistemas han sido dañados sin necesidad de demostrar el daño ambiental a los humanos, que corre de manera paralela, ya que el derecho a un ambiente sano es un derecho humano que debe ser también exigido. Darle derechos a la naturaleza no afecta a los derechos humanos; todo lo contrario, por ser el humano perteneciente a la naturaleza, no es posible garantizar sus derechos si no se resguardan los derechos de la naturaleza.

El derecho más esencial de la naturaleza es el mismo que mencionamos para el humano: existir. En el caso del humano es el derecho a una existencia digna con libertad y seguridad, en el caso de la naturaleza es el derecho a la existencia en equilibrio ecológico. Si esto último no se cumple, la naturaleza va perdiendo vitalidad y capacidad de regeneración, lo que también afecta la dignidad y seguridad del humano y, en última instancia, su propia sobrevivencia como especie. Somos interdependientes con la naturaleza, pero de manera asimétrica, ya que nosotros los humanos no podemos existir sin ella y la naturaleza sí puede existir sin nosotros… y mejor.

Al parecer, “los expertos” de este proceso constitucional continuarán con la visión ambiental de la Constitución del 80. Si no hay derechos de la naturaleza, esta Constitución no será validada por quienes creemos que la única solución es una EcoConstitución.

Fernando Salinas - Ex Convencional Constituyente; independiente.

viernes, 19 de marzo de 2021

Fernando Salinas un Candidato a Constituyente Independiente de Verdad #EcologíaProfunda en #CorazónConstitución

Fernando Salinas Manfredini es Candidato por el Distrito 18 (número de votación ZD-21) a Constituyente Independiente por el Maule Sur (Linares, San Javier, Parral, Longaví, Retiro, Villa Alegre, Yerbas Buenas, Cauquenes, Chanco y Pelluhue).

De raíz Chanquina, sé de su trayectoria y liderazgo; de sus luchas ciudadanas por la defensa ambiental de la región del Maule.

Su visión: posicionar la Ecología Profunda en el Corazón de nuestra Constitución. 

Comparto plenamente con Fernando Salinas la necesidad de enfrentar punto de inflexión actual en que se encuentran nuestros ecosistemas y, por ende, el futuro de nuestros niños/as. Imperioso es que la base principal de nuestra nueva Constitución Política de la República considere los derechos de nuestra naturaleza.

El modelo económico actual que rige, no considera las aguas como un derecho humano y se prioriza su uso para fines industriales. Nuestra naturaleza y sus múltiples ecosistemas deben ser sujeto de derecho para su permanencia y equilibrio, conviniendo que somos parte de ellos.

La Ecología Profunda no es un capricho. Tampoco lo es la crisis climática que nos golpea y que ya no es un supuesto. Es una triste realidad. Debemos reaccionar hoy par poder heredar un buen hogar a nuestros descendientes.

Te invitamos a conocer a Fernando Salinas y su Programa como Candidato a Constituyente. Con nuestro voto será un extraordinario aporte al desafío que implica la redacción de nuestra Nueva CPR y el Chile que queremos hacia el futuro.

Comparte y conoce su programa. Con nuestro voto, será un digno representante para la redacción de una nueva Constitución Pólitica que tenga como base los derechos de nuestra naturaleza.

Porque no da lo mismo por quién votar. Más en una elección histórica, única y sin precedentes. Si compartes su enfoque o visión, agradecería mucho difundieras esta información. 

FERNANDO SALINAS | CONSTITUYENTE
INDEPENDIENTE - de LA LISTA DEL PUEBLO
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@vigilantecosta - @rodrigodelao - ONG Vigilante Costero - Director