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sábado, 18 de julio de 2009

Madre ambiente

Ecología viene del griego oikos, casa, y logos, conocimiento. Por tanto, es la ciencia que estudia las condiciones de la naturaleza y las relaciones entre todo lo que existe -pues todo lo que existe coexiste, preexiste y subsiste-. La ecología trata, pues, de las conexiones entre los organismos vivos, como las plantas y los animales (incluyendo los humanos), y su medio ambiente.
Quizás fuera más correcto, aunque no tan apropiado, hablar de ecobionomía. Biología es la ciencia del conocimiento de la vida. Ecología es más que el conocimiento de la casa en que vivimos, el planeta. Así como economía significa administración de la casa, ecobionomía quiere decir administración de la vida en la casa. Y es posible llamar al medioambiente madre ambiente, pues él es nuestro suelo, nuestra raíz, nuestro alimento. De él venimos y a él volveremos.
Esta visión de interdependencia entre todos los seres de la naturaleza se perdió con la modernidad. A lo cual ayudó una interpretación equivocada de la Biblia -la idea de que Dios lo creó todo y finalmente lo entregó a los seres humanos para que “dominasen” la Tierra-. El dominio se convirtió en sinónimo de expoliación, estupro, explotación. Se buscó la manera de arrancarle al planeta el máximo de lucro. Los ríos fueron polucionados; los mares, contaminados; el aire que respiramos, envenenado.
Pero no existe separación entre la naturaleza y los seres humanos. Somos seres naturales, y humanos porque estamos dotados de conciencia e inteligencia. Y espirituales, porque estamos abiertos a la comunión de amor con el prójimo y con Dios.
El Universo tiene cerca de catorce mil millones de años. Y el ser humano existe hace apenas dos millones de años. Eso significa que somos el resultado de la evolución del Universo que, como decía Teilhard de Chardin, es movida por una “energía divina”. Antes del surgimiento del hombre y la mujer, el Universo era bello, pero ciego. Un ciego no puede contemplar su propia belleza. Cuando surgimos, el Universo ganó, en nosotros, mente y ojos para mirarse en el espejo. Al mirar la naturaleza, es el Universo quien se mira a través de nuestros ojos. Y ve que es bello. Por eso es llamado Cosmos. Palabra griega que da también origen a la palabra cosmético -lo que imprime belleza.
La Tierra, ahora, está degradada. Y nosotros sufrimos los efectos de su devastación, pues todo lo que hacemos se refleja en la Tierra, y todo lo que sucede en la Tierra se refleja en nosotros. Como decía Gandhi: “La Tierra satisface las necesidades de todos, menos la voracidad de los consumistas”. Son los países ricos del Norte del mundo los que más contribuyen a la contaminación del planeta. Son responsables del 80 por ciento de la contaminación: EE.UU. contribuye con el 23 por ciento e insisten en no firmar el Protocolo de Kyoto.
“Cuando el último árbol sea talado -dice un indio de Norteamérica-, el último río envenenado y el último pez pescado, entonces vamos a darnos cuenta de que no podemos comer dinero”.
El mayor problema ambiental, hoy, no es el aire contaminado o los mares sucios. Es la amenaza de extinción de la especie humana debido a la pobreza y a la violencia. Salvar la Tierra es liberar a las personas de todas las situaciones de injusticia y opresión.
La Amazonia brasileña es un ejemplo triste de agresión a la madre ambiente. Al comienzo del siglo XX, muchas empresas se enriquecieron con la explotación del caucho y dejaron en su lugar un rastro de miseria. En los años 70 el multimillonario norteamericano Daniel Ludwing cercó uno de los mayores latifundios del mundo -dos millones de hectáreas- para explotar celulosa y madera, dejándonos como herencia tierra devastada y suelo agotado casi convertido en desierto. Eso que pretende repetir; ahora, el agronegocio interesado en talar la selva para plantar soya y criar ganado.
La injusticia social produce desequilibrio ambiental y eso genera injusticia social. Con razón propiciaba Chico Mendes la economía sustentable (o sea capaz de no perjudicar a las futuras generaciones) y la ecología centrada en la vida digna de los pueblos de la selva.
La mística bíblica nos invita a contemplar la Creación como obra divina. Jesús nos moviliza a la lucha en favor de la vida de los otros, de la naturaleza, del planeta y del Universo-: Dicen los Hechos de los Apóstoles “Él no está lejos de cada uno de nosotros. Pues en Él vivimos, nos movernos y existimos. Somos de la raza del mismo Dios” (17, 28).
Todo este mundo es morada divina. Debemos tener una relación complementaria con la naturaleza y con el prójimo, de los cuales dependemos para vivir y ser felices. Eso se llama amor.
FREZ BETTO (Traducción de J.L.Burguet)

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