Fuente http://blog.latercera.com/blog/agodoy/entry/green_or_greed_economy
Este título es un juego de palabras que está llevando a una reflexión profunda sobre lo que estamos haciendo. ¿Avaricia o economía verde?, será uno de los grandes temas a tocar en la próxima conferencia internacional sobre Desarrollo Sustentable de las Naciones Unidas, que se realizará en Río el 2012. Su relevancia está dada porque los países desarrollados han empezado una nueva revolución industrial en la búsqueda de nuevas tecnologías menos contaminantes y energías renovables no convencionales, apalancados en una inversión constante en educación, ciencia y desarrollo.
La crisis financiera que nos afecta globalmente, asociada a temas de inequidad en la distribución de ingresos y bienestar, está llevando a las naciones a una reflexión acerca del desarrollo, poniendo en contraposición definitiva dos posturas que hoy florecen en la discusión pública: si este desarrollo, forjado en una economía verde, conllevará a las misma crisis futuras incrementando las brechas entre países desarrollados, emergentes y sub-desarrollados. La reflexión va más allá del puro diagnóstico técnico, donde a primeras luces los desarrollos verdes huelen más a codicia que a un compromiso formal con la sustentabilidad. Es por esto que la ONU está preocupada, y ya ha planteado la pregunta acerca de si esta nueva economía, vista en el contexto del desarrollo sustentable, permitirá la erradicación de la pobreza.
La situación regional no es de la mejor. Latinoamérica -y obviamente Chile- carece de un sistema educativo capaz de soportar y acortar las brechas para el desarrollo de nuevas tecnologías. Tampoco tiene sistemas de fomento de innovación y desarrollo y, lo que es peor, los resultados internacionales no muestran avances con las naciones del primer mundo a pesar de que todos quieren ser OCDE. Es aquí donde se une todo.
En Chile hoy se discute sobre educación, debatiendo si los contenidos básicos, medios y superiores pueden ser gratuitos, de calidad y otorgados por el Estado. Pero nos olvidamos que la educación es un concepto mucho más amplio y profundo y no consideramos la ética y la moral.
Con asombro veo productos promoviéndose como verdes, sustentables u orgánicos, con materias primas compradas lejos, tejidos o fabricados en China y puestos en Chile apelando al desconocimiento de la población. O sea, más de lo mismo pero con otros materiales. En tecnología, se montan empresas que importan todo desde países desarrollados pero se promueven como sustentables, sin desarrollar nada nacional, sin crear puestos de trabajo y, lo que es peor, sin hacer investigación, innovación ni desarrollo. Los altos costos de estas tecnologías se transfieren finalmente al consumidor, y su defensa es que esto sería más caro de hacer en Chile, sin entender que lo que se está pagando es la inversión de otros en ciencia, tecnología y desarrollo. O sea, la sustentabilidad vende pero no paga.
Estas semanas he conversado con diversas personalidades del sector privado. Y una fracción no despreciable declara abiertamente que cultivan orgánico porque es la tendencia de moda y que, si fuera otra, sería de otro modo. El mismo discurso tuvo Eike Batista por Barrancones, cuando declaró que Chile quería energía barata, sin cuestionarse si quiera la posibilidad de replicar en nuestro país una iniciativa como la de que él mismo inauguró en Tauá, Brasil, donde se instaló la primera planta de energía solar comercial de ese país. Similares declaraciones realizó el señor Matte en el programa de Chilevisión “Chile a Oscuras”, donde una de sus frases fue: “bueno, si no es esto, será otra cosa”. O sea, es como si diera lo mismo si hablamos de tecnología verde o de pelotas de goma… total es un negocio.
Esta visión es la que han puesto en debate la ONU y la Cepal: ¿dónde está el compromiso con las futuras generaciones en que yo, a través de mi trabajo empresarial, devuelvo al otro lo que he podido forjar y alcanzar? ¿Dónde está el verdadero sentido de la responsabilidad social, o se trata de mero asistencialismo?
Es más, hace un par de semanas escuché a José Ramón Valente en Radio Duna decir que un cambio en la distribución en los impuestos o un alza de estos, como proponen Warren Buffett y el mismo Bill Gates, podría llevarnos a vivir lo mismo que ocurrió en Uruguay, donde las grandes familias se llevaron sus inversiones lejos de sus fronteras por encontrar restrictivas las nuevas condiciones. ¿Es sólo un negocio más o se puede decidir invertir 1 y ganar 4 en vez de 10? ¿Es posible pensar en tener menos si ya aseguraste a tus hijos, nietos, bisnietos y tataranietos? ¿No es mejor hacer un negocio con sentido?
Siempre he creído que la Sustentabilidad es un valor en sí mismo y que se apoya en la creatividad, innovación y responsabilidad social, aunque reconozco que escribo desde la tribuna de alguien que ni en tres generaciones llegará a ser un gran inversionista. A pesar de ello, recuerdo una de las mejores conversaciones que he tenido en mi vida, con un gran profesor a quien pregunté acerca de emprendimiento y por qué él, a pesar de ser exitoso, continuaba con el mismo negocio. Al más puro estilo de Steve Jobs, me contó su visión del mundo. “Los hombres cuando emprendemos lo hacemos soñando en lo que queremos desarrollar: una computadora, aceite o un lápiz. En la medida del éxito, cuando tu fortuna crece, tienes la opción de elegir continuar desarrollando lo mismo o, lo que muchos hacen, “diversificar la inversión, comprando otras cosas y otras empresas. Eso, al final, lleva a que tu propósito de vida ya no sea desarrollar una computadora, aceite o un lápiz, sino que se transforme en producir más dinero… Yo nunca quise eso para mi vida”.
Quizá sería bueno empezar a leer las teorías económicas de Joseph Alois Schumpeter y John Elkington, cambiando el uso de ciertos términos en vista del consumidor actual. Al ciudadano sustentable mutando del yo al nosotros; del más al suficiente; del materialismo al holismo; de cantidad a calidad; del corto al largo plazo. De derechos a responsabilidades; de la medición en términos económicos al de la triple línea base; del capital económico al social y natural; del exclusivo al inclusivo; del crecimiento a la sustentabilidad.
Para esto se requiere invertir en educación, pero no en aquella de la que se habla hoy, sino que en la de la ética. La que en este momento los colegios no entregan.
Este título es un juego de palabras que está llevando a una reflexión profunda sobre lo que estamos haciendo. ¿Avaricia o economía verde?, será uno de los grandes temas a tocar en la próxima conferencia internacional sobre Desarrollo Sustentable de las Naciones Unidas, que se realizará en Río el 2012. Su relevancia está dada porque los países desarrollados han empezado una nueva revolución industrial en la búsqueda de nuevas tecnologías menos contaminantes y energías renovables no convencionales, apalancados en una inversión constante en educación, ciencia y desarrollo.
La crisis financiera que nos afecta globalmente, asociada a temas de inequidad en la distribución de ingresos y bienestar, está llevando a las naciones a una reflexión acerca del desarrollo, poniendo en contraposición definitiva dos posturas que hoy florecen en la discusión pública: si este desarrollo, forjado en una economía verde, conllevará a las misma crisis futuras incrementando las brechas entre países desarrollados, emergentes y sub-desarrollados. La reflexión va más allá del puro diagnóstico técnico, donde a primeras luces los desarrollos verdes huelen más a codicia que a un compromiso formal con la sustentabilidad. Es por esto que la ONU está preocupada, y ya ha planteado la pregunta acerca de si esta nueva economía, vista en el contexto del desarrollo sustentable, permitirá la erradicación de la pobreza.
La situación regional no es de la mejor. Latinoamérica -y obviamente Chile- carece de un sistema educativo capaz de soportar y acortar las brechas para el desarrollo de nuevas tecnologías. Tampoco tiene sistemas de fomento de innovación y desarrollo y, lo que es peor, los resultados internacionales no muestran avances con las naciones del primer mundo a pesar de que todos quieren ser OCDE. Es aquí donde se une todo.
En Chile hoy se discute sobre educación, debatiendo si los contenidos básicos, medios y superiores pueden ser gratuitos, de calidad y otorgados por el Estado. Pero nos olvidamos que la educación es un concepto mucho más amplio y profundo y no consideramos la ética y la moral.
Con asombro veo productos promoviéndose como verdes, sustentables u orgánicos, con materias primas compradas lejos, tejidos o fabricados en China y puestos en Chile apelando al desconocimiento de la población. O sea, más de lo mismo pero con otros materiales. En tecnología, se montan empresas que importan todo desde países desarrollados pero se promueven como sustentables, sin desarrollar nada nacional, sin crear puestos de trabajo y, lo que es peor, sin hacer investigación, innovación ni desarrollo. Los altos costos de estas tecnologías se transfieren finalmente al consumidor, y su defensa es que esto sería más caro de hacer en Chile, sin entender que lo que se está pagando es la inversión de otros en ciencia, tecnología y desarrollo. O sea, la sustentabilidad vende pero no paga.
Estas semanas he conversado con diversas personalidades del sector privado. Y una fracción no despreciable declara abiertamente que cultivan orgánico porque es la tendencia de moda y que, si fuera otra, sería de otro modo. El mismo discurso tuvo Eike Batista por Barrancones, cuando declaró que Chile quería energía barata, sin cuestionarse si quiera la posibilidad de replicar en nuestro país una iniciativa como la de que él mismo inauguró en Tauá, Brasil, donde se instaló la primera planta de energía solar comercial de ese país. Similares declaraciones realizó el señor Matte en el programa de Chilevisión “Chile a Oscuras”, donde una de sus frases fue: “bueno, si no es esto, será otra cosa”. O sea, es como si diera lo mismo si hablamos de tecnología verde o de pelotas de goma… total es un negocio.
Esta visión es la que han puesto en debate la ONU y la Cepal: ¿dónde está el compromiso con las futuras generaciones en que yo, a través de mi trabajo empresarial, devuelvo al otro lo que he podido forjar y alcanzar? ¿Dónde está el verdadero sentido de la responsabilidad social, o se trata de mero asistencialismo?
Es más, hace un par de semanas escuché a José Ramón Valente en Radio Duna decir que un cambio en la distribución en los impuestos o un alza de estos, como proponen Warren Buffett y el mismo Bill Gates, podría llevarnos a vivir lo mismo que ocurrió en Uruguay, donde las grandes familias se llevaron sus inversiones lejos de sus fronteras por encontrar restrictivas las nuevas condiciones. ¿Es sólo un negocio más o se puede decidir invertir 1 y ganar 4 en vez de 10? ¿Es posible pensar en tener menos si ya aseguraste a tus hijos, nietos, bisnietos y tataranietos? ¿No es mejor hacer un negocio con sentido?
Siempre he creído que la Sustentabilidad es un valor en sí mismo y que se apoya en la creatividad, innovación y responsabilidad social, aunque reconozco que escribo desde la tribuna de alguien que ni en tres generaciones llegará a ser un gran inversionista. A pesar de ello, recuerdo una de las mejores conversaciones que he tenido en mi vida, con un gran profesor a quien pregunté acerca de emprendimiento y por qué él, a pesar de ser exitoso, continuaba con el mismo negocio. Al más puro estilo de Steve Jobs, me contó su visión del mundo. “Los hombres cuando emprendemos lo hacemos soñando en lo que queremos desarrollar: una computadora, aceite o un lápiz. En la medida del éxito, cuando tu fortuna crece, tienes la opción de elegir continuar desarrollando lo mismo o, lo que muchos hacen, “diversificar la inversión, comprando otras cosas y otras empresas. Eso, al final, lleva a que tu propósito de vida ya no sea desarrollar una computadora, aceite o un lápiz, sino que se transforme en producir más dinero… Yo nunca quise eso para mi vida”.
Quizá sería bueno empezar a leer las teorías económicas de Joseph Alois Schumpeter y John Elkington, cambiando el uso de ciertos términos en vista del consumidor actual. Al ciudadano sustentable mutando del yo al nosotros; del más al suficiente; del materialismo al holismo; de cantidad a calidad; del corto al largo plazo. De derechos a responsabilidades; de la medición en términos económicos al de la triple línea base; del capital económico al social y natural; del exclusivo al inclusivo; del crecimiento a la sustentabilidad.
Para esto se requiere invertir en educación, pero no en aquella de la que se habla hoy, sino que en la de la ética. La que en este momento los colegios no entregan.