Por Rodrigo de la O -
Es muy impactante observar como de forma sistemática
industrias que procesan materias primas de origen orgánico, en los cada vez más
abundantes monocultivos seriales, dan paso a una cantidad de externalidades difíciles
de entender y aceptar.
El 21 de Septiembre de 2011 vecinos del sector La Concepción y la Unión Comunal de Ranquil, cercanos al Complejo
Forestal Industrial productor de Celulosa Nueva Aldea de Celco Arauco, ubicado
en las cercanías de la unión de los ríos Ñuble e Itata, en la comuna de Ranquil, denunciaron una descarga directa de Riles no tratados al estero Velenunque demostrando con meridiana
claridad que no fue un accidente y que lejos de ser un hecho aislado se podría
considerar una práctica recurrente.
Siempre me ha resultado brutal que una empresa de estas características se
instale y, objetivamente, aún me cuesta poder comprender como se dan la
condiciones para que esto se permita. Es decir, que una empresa capture agua,
la procese, lucre y la devuelva contaminada cumpliendo todos los permisos ambientales, legales, avalado por los estamentos del gobierno de turno. Sin olvidar que al parecer resulta más lógico construir un ducto de 52 kilómetros de US$ 60 millones desde la industria hacia el mar pensando que, en vez de hechar los desechos al río, es mejor tirarlos al mar. Incromprensible.
Es en estos tipos de casos, en que
surgen una serie de cuestionamientos, donde no puedo conformarme con aquel discurso ladino de
que el poder económico de algunos puede más, vulnerando los derechos y la dignidad de otros, sean quienes sean. Cuestión que sucede por cierto, lamentablemente.
Actualmente los estudios realizados por la Universidad de
Concepción han arrojado que, efectivamente, la descarga existió, reconociendo la gravedad del "error". Ahora habría
que considerar otros estudios pendientes, pero lo que queda claro, es que
sucedió, pudo haber sucedido antes y podría pasar de nuevo. Es aquí donde me
detengo y me permito preguntar ¿que hacen las autoridades al respecto? ya que muchas
veces las cosas se quedan dormidas, en silencio y los acuerdos por debajo de la
mesa, espontáneamente, surgen milagrosos encontrando soluciones.
La táctica empresarial es casi siempre la misma asumir los
costos, minimizar los impactos, recurrir a estrategias de acuerdos con los
vecinos, desplazamientos de poblados, expansión, etc.
Es muy preocupante observar como la misma comunidad, en
ocasiones, subyace a estos sistemas de acuerdos o compensaciones aminorando el
real alcance de estos impactos.
Ahora bien, intentando ser lo más objetivo posible, desde la
perspectiva de aquellos que viven junto a la Industria de Celulosa Nueva Aldea,
con sus permanentes ruidos similares a los de un avión próximo a elevarse, los
olores permanente a col recocido y, lo más preocupante, ver como se contaminan
sus ríos, esteros y, probablemente, napas, punteras y pozos, es razonable
querer irse, ser indemnizado e intentar una nueva vida, de mejor calidad.
Sin embargo, mis cuestionamientos continúan cuando veo que el valor económico
prima entonces por sobre el valor afectivo, el apego a la historia y tradición familiar,
a la cultura local, faltando el respeto a los factores identitarios, debilitándolos e, incluso en ocasiones, extingiéndolos. Comienza un proceso
de compra y venta en que de pronto existe una suerte de “sartén por el mango”, una
oportunidad única de poder sacar algo claro, concreto, beneficioso en el plano
individual desde la perspectiva ciudadana local.
Insisto que puedo llegar a entender esto, desde la óptica local, cuando la situación
se hace insostenible y observo en “mi estero”, el mismo que de niño recorría y
del cual podía beber sin problema alguno, un sedimento negro, ligoso, de olor indescriptible
(licor negro). Dan ganas de irse, de huir, de esa tóxica invasión cuanto antes entendiendo que la batalla es injusta, fuera de contexto, pero real.
Lo que no entiendo es la posibilidad que la empresa tiene de
llegar a estos acuerdos directos en donde se aplica un proceso de erradicación
de poblados, culturas y formas de vida por la necesidad de permanecer su
contaminante fuente de facturación y réditos. Lo que no me calza es que a través de la indemnización, por más justa que esta sea para los directamente afectados
y dolorosa para la empresa (que nunca es tanto), y las mejoras o
subsidios otorgados en cuestiones básicas que, por cierto, debiesen corresponder a las
autoridades locales y de gobierno. ¿Donde está la autoridad en estos procesos de acuerdos?. ¿Porque no hay asesores legales especializados que permitan dictar jurisprudencia ante estas increíbles situaciones? ("Divide y vencerás" rezaba un emperador romano).
Lo que se extraña, de sobremanera, es poder judicializar estos
temas y que lo que justamente la comunidad exige sea y más, por ejemplo, que se exija la inversión de procesos de circuitos de ciclo combinado para el agua y purificarla al regreso cuestión que al menos hoy merece dudas ante los hechos detectados. Sin embargo, lo que
más debiese preocupar es que estos “accidentes” o “eventos” no se vuelvan una
rutina y que las sanciones impliquen, además de lo que la comunidad en justicia
pueda acordar, advertencias y multas serias en que las autoridades cumplan un
rol efectivo por sobre estas empresas en beneficio de la gente, de nuestro
patrimonio y su cuidado.
Es responsabilidad de los vecinos, del municipio local (y de todos) que
queden antecedentes legales registrados que marquen parámetros de aquí en adelante para que
estos abusos no se repitan. Si no asumimos eso, primero a los beneficios
inmediatos del bienestar personal, no podremos detener la insolencia e impacto
que estas grandes corporaciones ocasionan.
Veamos como decanta todo esto.